domingo, 29 de enero de 2017

Las bodas egipcias y el tesoro de las pirámides

Voy a este viaje creyendo que va a ser exclusivamente académico, pero acaba siendo mucho más: el clima, el paisaje, los monumentos, los vendedores, los compañeros…. Todo eso se junta para cada día darme un buen chute de emociones.

Voy sin pretensiones más allá de las puramente culturales, pero el viaje empieza a tornarse interesante desde apenas salir de Madrid… Los templos que visitamos el primer día superan con creces las expectativas que tenía sobre el arte egipcio; ya lo conocía, lo había estudiado bien, cada año enseño este tema a mis alumnos y siempre acaba resultando de sus favoritos; pero lo que encuentro es aún más grandioso y espectacular de lo que me esperaba.





Nos levantamos cada día a las 4 o 5 de la mañana, hay que llegar a una hora temprana al templo sino queremos que nos abrase aún más el calor, además de que el programa es muy muy ajustado, en 8 días están programado todos los puntos  a reseñar del arte faraónico. Y yo no me quiero perder nada.


Este viaje no es uno cualquiera, lo organiza Nacho Ares, uno de los mayores divulgadores de historia de este país, aparte de un reputado “egiptoloco”.  De manera que contamos con dos guías: el oficial, un egipcio copto al que llamamos Pepe y que acabamos adoptando como padre del grupo; y Nacho, el cual se conoce cada palmo de cada uno de los monumentos del país. Cuando este en el autobús coge el micrófono, o ya en el monumento empieza explicar, la visita adquiere carácter de seminario de universidad para doctorandos. Yo consciente de quien es abro mis sentidos para no perderme nada de sus explicaciones.


Desde el jacuzzi del crucero que remonta el Nilo, disfruto como mil chiquillos de las vistas que me rodean, de vez en cuando pasamos por pequeños poblados de los que los niños salen al ver el barco para saludarnos, y yo devuelvo el saludo.




Pasan un par de días y me estoy empapando de todo el arte y cultura faraónica, pero dentro de mí hay algo que me constriñe. Sabía a que viaje venía,  sabía que en un viaje así no podría disfrutar de la cultura y de la gente del país…. El único contacto que tengo con los egipcios es el de los vendedores que están en cada templo, y estos van a degüello a por el turista, te obligan a ser antipático, y la imagen que me estoy forjando del egipcio por culpa de ellos no esta siendo muy positiva.



El barco ha llegado a Asuán, tenemos una fiesta en el barco, me lo paso bien, ya es tarde y mañana hay que madrugar. Pero decido satisfacer a mi aventurero impenitente y salgo a la ciudad, solo, voy  acojonado; todo el mundo cree que aquí van degollando occidentales por la calle, aunque se que no es así al final me han metido el miedo en el cuerpo. Camino rápido y tenso a ver una mezquita que cuando llego no es nada del otro mundo, a la vuelta al barco veo un grupo de personas que tocan los timbales, a unos recién casados les están haciendo una danza, se agrupa mucha gente alrededor y yo disfruto por fin de ver algo egipcio, pero no me muevo y no interactúo con nadie. Me vuelvo al barco, y cuando estoy llegando al paseo marítimo me fijo que no muy lejos, hay algo que parece una discoteca; adicto a la emoción y a la aventura me dirijo hacia la fiesta, cuando llego a la puerta pregunta que hay dentro y resulta que es otra boda. Pregunto si puedo pasar a todos los que están en la puerta, y todos responde extrañados de la pregunta, “pues claro, por qué no ibas a poder”. Entro en el local, es pequeñísimo y esta lleno de gente bailando…. La experiencia me supone un soplo en el corazón, estoy viviendo algo 100 % egipcio, salgo a explorar la ciudad y acabo en una boda. Pero estoy muy asustado, se ve claramente que soy el único extranjero, pero a nadie le parece importar que este allí, hablo con unos chavales de fútbol, que no me gusta nada, pero solo por mantener una conversación le digo que soy del Madrid y que soy más de Ronaldo que de Messi.




A las pocas horas pago caro mi paseo, esa noche nos levantamos a las 2 de la mañana para ir a Abu Simbel. Al llegar al destino hay una tormenta de arena, y esto hace que el paisaje sea aún más encantador, pero siguen las experiencias egipcias y las aventuras, a la vuelta el ejército no permite volver porque la tormenta no amaina, y el gobierno no quiere que le pase nada a los turistas. Obsesionados con la buena imagen no quieren malas noticias. Tres horas en una explanada, y cuando nos llaman para subir al bus este nos dirige a un hotel cercano. Varios cientos de turistas por ahí pululando, al final acabamos bañándonos en ropa interior… (Sí, es verdad, nos bañamos en ropa interior en la piscina del hotel)
            




Llegados al Cairo, aún no puedo cerrar la boca de las impresiones que me estoy llevando, una mañana vamos a ver las explanadas de las pirámides, menos conocidas que las de Gizah y por lo tanto menos visitadas,  parece que las han cerrando para nosotros. Pasamos una mañana cual niños en un parque de columpios, subiendo y entrando a las pirámides, no hay más turistas, así que estamos a nuestras anchas.








La primera noche en el Cairo, después de cenar me doy un paseo por el barrio con una compañera de viaje, es solo un paseo por el barrio para ver un poco el ambiente, que de noche siempre esta animado, y poco más. Tengo la suerte de que ella también es aventurera y curiosa  como yo. Mientras vamos paseando vemos a lo lejos un descampado y unas lucecitas que parecen indicar que hay una fiesta, atravesamos un camino muy oscuro y llegamos al lugar indicado, que es un gran restaurante con jardín. ¡Sorpresa! Otra boda. Legamos justo en el momento en que los novios llegan, y cuando una especie de “tuna” egipcia le canta y baila a los novios. No puedo estar más feliz, el viaje se esta completando. No nos quedamos parados, preguntamos en la puerta si podemos entrar y nos dicen que por supuesto. La fiesta acaba de empezar y podemos observar desde el principio todo el ritual, al escenario van subiendo los hombres y mujeres que bailan por separado, estoy asistiendo a un espectáculo que no tiene precio. Estamos en una esquina sin querer llamar mucho la atención, se nos acerca un señor, nos coge a mi amiga y a mi, y nos lleva al escenario a bailar con los novios y los invitados. Mujeres por un lado y hombres por otro (cogidos de la mano). No solo estoy en una boda sino que además ahora ya soy parte de ella, a veces los sueños se cumplen, pienso.



Último día en el Cairo.

El viaje ha salido bien, todo lo que quería, llego a Egipto para aprender de Nacho Ares y me voy cargado de emociones, viaje de los que a mi me gusta. Esa noche salimos, de nuevo la chica de la noche anterior, y otros dos compañeros del grupo. Esta vez salimos directamente a buscar una boda donde colarnos, pero después de mucho andar no tenemos tanta suerte, nos hemos pateado una avenida enorme, así que ya nos vamos a volver cuando pasamos por un hotel del que sale una pareja árabe con una niña que nos para, y nos pregunta si somos españoles. De nuevo la suerte me sonríe, nos preguntan que hacemos en Egipto y nos dicen que vienen de una boda y amablemente preguntan ¿quereis entrar en la boda? Así que por tercera vez la suerte me sonríe y con mis compañeros disfrutamos de  la tercera boda egipcia.






El tesoro de las pirámides.





Me acuerdo de la hermosa historia el Alquimista, de Paulo Coelho: el joven Santiago hizo un largo viaje a Egipto solo porque un sueño le dijo que en las pirámides había un tesoro. Me siento un poco como el, frente al balcón de mi habitación tengo las pirámides y en este punto encuentro un tesoro que quiero abrazar para siempre. El tesoro de las pirámides me llena de ilusión y otra vez me reengancha en los cuentos con final feliz. A veces esos cuentos pasan, superan a la ficción y resultan tan bonitos que no quieres contarlos. “Es tan corto el amor y es tan largo el olvido…”,  el cuento se termina, pero qué bonito ha sido.




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