Haciendo el Camino resulta fácil entender qué inspiró a Coelho esa idea, y es que eso es lo que se hace caminando a Santiago, seguir señales y escuchar al corazón. Y si el mío es de por sí inquieto en esta ocasión ha rugido con fuerza.
Se requieren los cojones de un toro para hacer un camino como el que yo he realizado, una vez empiezo a caminar decidí que aquello tenía que ser un peregrinaje de verdad y que la experiencia debía ser un viaje interior. No he tenido ningún miedo a enfrentar mis diablos y en desear con fuerza lo que quiero. He comprobado mis límites físicos y mentales y en ambos llego lejos.
“Caminante son tus huellas el camino…”
Lo mejor del camino es por la mañana, empiezas a andar de noche aun con la lucidez del sueño, hay un silencio absoluto y las vistas son espectaculares, algunas noches no necesitas linterna con el cielo estrellado. Lo que se siente hay que vivirlo allí, caminar con la luna llena o mientras ves el amanecer es un espectáculo que merece la pena. Luego, cuando han pasado tres horas el sol ha salido y empieza a hacer calor, ahí estas cansado y lo que quieres es llegar cuanto antes al albergue, a partir de ahí no hay disfrute, a contar kilómetros.
Una noche en el jardín del albergue estamos reunidos un grupo de peregrinos, y uno que vive en el Camino y se dedica a hacer uno detrás de otro desde hace años nos cuenta historias que le han sucedido…. Durante varios días coincido con un hombre anciano en los pueblos, debe de tener más de setenta años y esta andando mucho porque yo lo he hago y lo sigo encontrando, después de varios días me acercó a el y en una conversación en la que el me habla en portugués y yo le respondo en español me cuenta que es belga, misionero en Camerún y viene desde Bélgica andando en un camino que empezó hacía cuatro meses…. Una mañana camino con un italiano, no nos conocemos de nada pero a los 5 minutos nos estamos contando cosas bastante serias, a un punto me dice que elija un color, le digo que el verde y mientras estamos andando saca un largo cordón verde y una navaja, empieza a cortar, a medir y a hacer nudos y me hace una pulsera, dice que es la pulsera de la amistad y ese será mi amuleto hasta Santiago… Dos familias francesas que caminan con los niños pequeños mientras un burro porta todas sus cosas, una madre alemana hace el camino con su niño de un año en el carricoche, una mujer con parálisis en medio cuerpo camina muy despacio pero no se detiene, un hombre con prótesis en ambas piernas sube el Ocebreiro….
Me vengo del Camino con una piel morena, con seis kilos menos y con un italiano y un alemán muy perfeccionados.
En el Camino te sucede todo lo que te pasa en la vida, pero de una forma concentrada y amplificada. He andado casi 30 km, termino la etapa y llego al albergue, estoy cansado pero algo dentro de mi me dice que siga andando, pero si sigo adelante perderé los compañeros que hice el día anterior y puedo quedarme solo, por otro lado llegaré a un albergue donde no conoceré a nadie y podré así hacer nuevas amistades.
La Meseta es dura, en el horizonte solo se ve un camino que parece infinito, no hay ni un árbol ni un monte. Cenando en un albergue de Burgos una compañera y yo empezamos a hablar de lo que sería hacer 50 km para llegar a un albergue muy especial del que nos han hablado, cuando la hospitalera oye lo que decimos muy exaltada nos mira como locos y nos dice que eso es imposible, que no se puede andar esa distancia, que es muy peligroso; no para de explicarnos la locura que haríamos durante un buen rato y empiezo a sospechar que tiene envidia porque ella no ha podido o no ha querido andar esa distancia. Esa noche velo armas y a la mañana siguiente salgo como un atleta al camino.
Estoy tumbado en la plaza de la catedral, llevo un día en Santiago y ya estoy descansado, en unas horas empiezo el camino a casa, me siento muy tranquilo, me siento muy orgulloso. Ha sido un Camino duro pero estoy contento, el Corazón me ha hablado y siento que he sembrado muchísimo en el peregrinaje, se agolpan demasiadas imágenes y emociones y tengo ganas de sonreír, de llorar, de gritar… pero estoy cansado y estoy tumbado en medio de la plaza del Obradoiro. Me encuentro a mi compañero italiano, Marco, el que me regaló la pulsera y al que no veía desde hacía una semana, en ese tiempo yo he andado más de 30 km al día, lo cual es mucho, pero el ha andado todavía mucho más que yo y ya viene de vuelta de Finisterra, nos saludamos con alegría y nos deseamos suerte, quedamos para tomar una birra en Florencia y cuando ya me voy a despedir me dice con una sonrisa “ahora es cuando empieza el Camino”.
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