Durante la lectura no he dejado ni un momento de preguntarme que he hecho
hasta ahora, porque he tardado tanto en leerlo, por qué no lo empecé antes,
siento que he perdido el tiempo. Qué enorme placer me ha resultado viajar y
vivir con R. Cole, el médico. Cómo he
llegado a quererlo, cómo he llegado a sentir cada pena y alegría de este
personaje.
Pocas veces he sentido tal placer al leer una novela, y pocas veces he
deseado que un libro no se acabe. Cuánto dolor me causaba avanzar y ver que
esta historia se terminaba. “Que no se termine, que no se termine, ¡joder! ¿Qué
voy a hacer luego?” 800 páginas me han sabido a nada.
Esta novela queda esculpida en mármol en la posteridad, su autor convocó a
todas las musas del Parnaso para escribir dicha novela. Y claro, ahora entiendo
que treinta años después de su publicación, esta novela siga estando en las
estanterías de más vendidos en todas las libreras, es que era normal. ¿Por qué
no la habré leído antes?
Esta obra es un canto a la gente que lucha por su sueño, y hace de su trabajo
un acto de amor a la humanidad. La novela habla de un aventurero, de un
luchador, de un soñador, de un médico de verdad, de los de antes, de vocación….
De los que se apasionan ayudando a los demás, de los que sienten en su ser lo
bueno y lo malo que la pasa al paciente.
En una de las escenas más conmovedoras que pasan a engrosar el rankings de
momentos más touching, Robe Cole esta tratando a un adolescente enfermo al que le duele terriblemente el
costado. Conoce la enfermedad pero no sabe cual es la cura, el enfermo empeora,
comienza a sudar, a dolorerse, a gemir… Cuando ya sabe lo que va a pasar,
cuando sabe que el joven esta a punto de morir coge unas granadas que estaban
dispuestas para la cena, y empieza
a hacer malabarismos; el chico deja de gemir, se queda embobado mirando al
médico viendo como este lanza arriba y abajo las granadas. Cole para, coge al
enfermo de la mano y comienza a cantarle canciones de su tierra lejana, el
enfermo no entiende la letra pero se tranquiliza de inmediato, y al poco tiempo
fallece.
No me puedo imaginar mayor actor de amor en un ser humano, preocuparse por
que muera sin sufrimiento. Preocuparse de que muera tranquilo, de que deje este
mundo sintiéndose querido.
Y lo mejor de todo, es que con este libro viajas de verdad, la narración te
envuelve, se te olvida el espacio-tiempo, y realmente sientes que eres un
compañero más en las aventuras por Oriente de este médico inglés. Y eso es
gozo, placer, alegría, satisfacción… porque hacer eso, conseguir ese efecto en
el lector, es muy difícil.
He gozado tanto con la lectura, he sido tan feliz que me aflige que haya terminado.
Pero tengo en mí un consuelo. Solo he leído dos novelas de Noah Gordon, esta y El último judío, y ha escrito otras siete... además hay segunda y tercera parte de
la saga. Así que aún me quedan horas de placer, estas
novela aplacarán el dolor que siento por el final de la lectura.
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